Bio

Hola, soy Gerard. Creo que en esta sección toca dejar en segundo plano mi carrera en el atletismo profesional y compartir la historia de mi vida, aunque en mi caso sea difícil separar una de la otra. También es difícil hablar de mí sin mencionar la ceguera. En efecto, soy ciego total, no veo nada. Pero esto no siempre ha sido así. 

Cuando nací en Reus en 1994, mi vista era normal; y durante mi primera infancia tampoco tuve problemas de visión. De hecho, guardo imágenes en mi memoria de los lugares donde viví y las personas con las que crecí. Pero con cuatro años empecé a ver mal. Cuando me llevaron al oftalmólogo, me diagnosticaron retinosis pigmentaria, una enfermedad visual degenerativa. Quienes la padecemos sufrimos una pérdida progresiva tanto del campo como de la agudeza visual, debido a la degeneración de las células de la retina. 

Viendo mejor o peor, mi pasión siempre ha sido el deporte. Fútbol y baloncesto eran los deportes más comunes en mi pueblo, y los practiqué tan bien como fui capaz. También me inicié en la hípica. Incluso conduje una moto de cross. Cualquier cosa con tal de disfrutar del movimiento, la energía, las emociones de la práctica deportiva. Poco a poco, sin embargo, la progresiva pérdida de visión me llevó a decantarme por un deporte poco popular, el atletismo, ya que no requiere de gran visión para alcanzar un buen rendimiento. 

Pronto comprobé dos cosas: es cierto, para correr no hace falta tener una buena vista; pero igual de cierto que lo primero es que para correr rápido tienes que esforzarte. Años más tarde, también llegué a la conclusión de que no hay mal que por bien no venga. 

En 2011, con 16 años, viajé a Nueva Zelanda para participar en mi primer Campeonato del Mundo. Quedar en tercera posición en la prueba de 400 metros categoría T12 (reservada a deficientes visuales graves), fue como una catapulta para mí, me ilusionó mucho y vi en el atletismo un futuro profesional. 

Un año después, participé en los Juegos Paralímpicos en Londres 2012. Puede que las cosas no salieran como esperaba, pero en esa competición tomé conciencia de que para mejorar mis marcas debía empezar a tomar decisiones. Desde entonces vivo en Madrid, en el Centro de Alto Rendimiento Joaquín Blume, y estoy centrado en entrenar y estudiar. Gracias a ello he tenido una gran progresión. 

Si hago balance, lo cierto es que he vivido unos años fantásticos, pero no siempre ha sido fácil. A medida que me convertía en una persona cada vez más veloz, mi enfermedad también progresaba rápido. Hizo su gran esprintada cuando yo tenía 19 años, y desde entonces soy totalmente ciego. Fue una etapa complicada, pero por suerte la superé.

Sé que suena raro, pero ser ciego, más allá de una discapacidad, ha sido una puerta de entrada a experiencias que de otra manera no habría ni imaginado. La ceguera no me limita en prácticamente nada, simplemente me hace ser como soy y vivir la vida como la vivo. Me encantan los deportes al aire libre, como el surf y el alpinismo, y, cuando los entrenamientos me lo permiten, los practico habitualmente. De cara al futuro, uno de mis grandes retos es subir un 8000. Diría que ningún ciego lo ha logrado, me gustaría ser el primero en conseguirlo. 

Viajar es otra de mis pasiones. Después de ganar el oro en la prueba de 400 metros categoría T11 (ceguera total) de los Juegos Paralímpicos de Río 2016, pasé 45 días recorriendo en solitario Nueva Zelanda. Ha sido la mejor experiencia de mi vida. Con mi bastón y un rudimentario pero útil mapa con zonas marcadas mediante pequeños agujeros, me moví por las dos islas haciendo autoestop y durmiendo en albergues o casas de gente que conocía en mi ruta. Nunca tuve ningún problema con nadie, todo lo contrario, fue un viaje fabuloso, difícil de olvidar. Me gustan los retos, me hacen sentir vivo.

Hace ya muchos años que me siento un auténtico afortunado, y os mentiría si os dijera que no deseo volver a ver, pero también os mentiría si os dijera que por ser ciego no soy feliz. Siento que en la sociedad en la que vivimos hay muchísimos complejos, que hacen que las personas no sean capaces de sacar lo mejor de sí mismas. En mi caso, tener una discapacidad me ha animado a buscar mis límites. Y aún no los he encontrado.

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